El dia de nuestra boda, nuestros amigos nos aseguraron que tendríamos unos niños muy guapos, y les creímos. Es esa fantasía clonadora: que nuestros futuros hijos serían una versión en miniatura de nosotros, que solo heredaran nuestros rasgos favoritos. No solo dibujé en mi cabeza a una niña de ojos verdes, piel aceituna y pelo negro; también di por sentado que tendría una personalidad ganadora y sería superinteligente. Mis sueños dejaban a un lado nuestros rasgos menos favorecedores: nariz grande, pecas, un segundo dedo de los pies demasiado largo y ser proclive al estreñimiento.
Mucho de nuestros sueños (y miedos) se cortaron en el camino: todas esas charlas sobre lo guapos que serían nuestros hijos... y al final no podíamos ni siquiera tenerlos. Cuando comenzamos a pensar en la adopción seriamente, me preguntaba si podría sentirme madre de una criatura que no se parecía a mi o a mi marido.
A pesar de que a todos nos gusta pensar que nos consideramos por encima de los pensamientos egoístas sobre la imagen, ésta juega una parte muy importante en el proceso emocional, antes y después de la adopción. La adopción es como una cita a ciegas en cierto modo.... una cita para siempre. Al inicio del proceso, ambos, los padres biológicos y el niño no pueden ponerle un rostro a los padres adoptivos. Los padres que adoptan se preocupan de que pueda ser feo, tonto, o ambas cosas. Se preocupan de la apariencia del niño, no porqué sean superficiales, sino porque los futuros padres desesperadamente quieren enamorarse de ese extraño que se convertirá en hijo suyo.