2/23/2014

El primer abogado negro de España

La noticia no es reciente, sino que la leemos en el semanario Estampa del 11-3-1930 (págs. 13 y 14). Se trata de Jorge Dougan Kinson, al que erróneamente se cita en el reportaje con el apellido de Linson. Es una curiosidad que tengo guardada hace tiempo y que como curiosidad creo que merece la pena publicarla, sobre todo porque ninguna referencia se encuentra en Internet sobre el asunto. Cierto que con ojos de 2012 la noticia parece racista en el mal sentido de la palabra, pero basta leer el contenido de la entrevista para entender que precisamente lo que pretendía el redactor no era en absoluto denigrar (valga el juego etimológico) al Sr. Dougan, sino precisamente reconocerle su importancia. He aquí pues la entrevista con el primer abogado negro español, con texto de José D. Benavides y fotos de de Badosa.

Jorge Dougan Linson (sic), el primer abogado negro de España, es un gran tipo. Erguido, con la cabeza muy alta, de lejos se ve ya moverse lo blanco de sus ojos en su cara reluciente. Todo el mundo dice que Dougan, además de inteligente, tiene una sensibilidad muy fina. Nosotros podemos asegurar que, por lo menos, va siempre irreprochablemente vestido.
- ¿Tiene usted muchos trajes, Dougan?… No, no me extrañe la pregunta. Aquí en Barcelona le tienen a usted por el árbitro de la elegancia. Eso lo sabe usted mejor que yo.
- Sí, pero se exagera mucho. Tengo los mismos trajes que pueda tener usted o cualquiera. Diez o doce. Esto no tiene ningún interés.
- Ya lo sé; y yo no pienso hacer un inventario. Sin embargo es un dato curioso que ratifica su prestigio de elegante. Y, dígame, ¿muchas corbatas y zapatos?
- Cuarenta y tantas corbatas y ocho pares de zapatos. Lo que tengo es un arsenal de bastones, pero no los uso.
- Muy bien, Dougan. Es usted un paciente coleccionista. Con muchas y buenas prendas, dados sus pocos años. Porque usted no tiene muchos años, ¿verdad?
- Veinticuatro.
- Habrá nacido en tierra lejana…
- Soy español. De Fernando Poo. Vine a Barcelona cuando tenía siete años.
- Cuente usted.
- Después de aprender las primeras letras y el español -mis abuelos pertenecían a una colonia sajona y en mi casa solo se hablaba el inglés- me llevaron a un colegio. Al principio aquello para mí fue un suplicio. Hubiera querido empequeñecerme del todo. Las burlas de los compañeros llamándome “chocolate” eran hirientes. Sostuve varias peleas y di bastantes puñetazos. Ciertas bromas no tenían importancia, pero a mí me afectaban como ofensas graves. Cuando no podía contener las lágrimas me ponía a hacer muecas estúpidas entre las risas de los muchachos. Lo que más me desesperaba era el terror de los pequeñuelos, que huían al verme. En la fila o en el refectorio me miraban con los ojos muy abiertos… Poco a poco, repartiendo golosinas a manos llenas, logré ganarme su amistad y afecto. Pronto me abrazaron y quisieron de verdad.
Y añade con ironía: “¡Los pobres se aburrían tanto!”. Muchacho de pocas palabras, hay en Dougan una chispita de vanidoso.
- Me hice bachiller a trompazos con las matemáticas. ¡Son odiosas…! Luego mi padre, que posee grandes fincas con plantaciones de cacao, para que lo ayudase, me obligó a que hiciese estudios comerciales que yo no sentía. Cuando los terminé volví a Fernando Poo.
Se calla un instante pensativo…
- ¡Qué vida! Yo iba de Barcelona, y claro, no hacía más que bostezar. Mi trabajo no era mucho. Por las mañanas, muy temprano, me levantaba al toque de corneta y con un capataz pasábamos lista a los trabajadores, puestos en fila. Distribuíamos el trabajo y si había algún enfermo se le daba un vale para el hospital. El resto del día recorríamos las fincas, y yo que soy muy mal jinete pasaba horas y horas trotando… Los sábados entretenía mejor el tiempo, repartiendo a los trabajadores la ración de arroz para toda la semana.
A Dougan lo que más le molestaba de los blancos de su pueblo era el desprecio hacia el negro, y sobre todo que se creyeran con derecho a tutelarlos. Por esto Norteamérica, con su estatua de la Libertad, le parece un país de majaderos.
- Al cabo de dos años en Fernando Poo regresé a Barcelona para estudiar por libre la carrera de Derecho. Estoy satisfecho del resultado. Compañeros y profesores se portaron siempre bien conmigo. Cuando me examiné de Derecho canónico el catedrático, al pronto, no supo qué preguntarme. Al fin dijo “misiones”. Para mí era un gran tema. Contesté brillantemente. Pero solo me dio sobresaliente; con seguridad el color de mi piel influyó en su decisión.
Encarrilado en la charla habla con aplomo de hombre maduro, y con voz inflada manifiesta que le gusta todo lo bueno. A cualquier parte adonde va lo reciben bien; las mujeres lo llaman su tipo, lo encuentran muy divertido y además ¡tan interesante!
- ¡Qué buenas son las mujeres españolas!… Si hay entre ellas cotorras, eso se sabrá el día del juicio final.  Yo no las veo… Por supuesto, no siento preferencias por las morenas ni por las rubias. Me basta con que sean bonitas e inteligentes.
Por lo demás, después de flirtear con varias jovencitas de la buena sociedad barcelonesa, ahora tiene una novia con la que piensa casarse pronto. Es gimnasta, juega al football, toca el violín, baila, habla perfectamente el inglés, el catalán, el francés y el español; le divierte el cine sonoro y que en la calle las gentes le llamen “chocolate”, como los chicos del colegio.
- ¿Qué fue lo primero que hizo usted cuando se vio con el título de abogado?
- Encargarme tarjetas de visita…
- ¿Tiene usted muchos proyectos?
- Me marcharé a Fernando Poo y abriré bufete en Santa Isabel; defenderé a la gente de mi color y evitaré que los despojen de sus derechos. Los míos están en inferioridad con respecto a los colonizadores por falta de conocimientos.
- Se hará usted célebre en seguida.
- Para ser célebre no hace falta tener algo que los demás no posean. Es suficiente tener algo de menos. Fernando Poo, con su riqueza insospechada, lo que tiene es que preparar su emancipación. Claro que esto es un pensamiento un poco iluso. Aquello no está en condiciones. España, absorbida por otras preocupaciones, no se he interesado por su colonia más importante. No hay escuelas, y una colonia como esta, fundada hace doscientos años, manda a sus hijos a ilustrarse en los centros ingleses. ¡Es intolerable!… Como es absurdo creer que la gente muere allí en cuanto llega. Con esta leyenda se acabaría inmediatamente secando unos cuantos pantanos. ¿Que costaría unos millones la obra? Bueno, ¿y qué? Si una madre tiene a un hijo enfermo no se preocupa sino de curarlo. Porque le cueste esto o lo otro, no va a dejarlo morir. Ni los habitantes de Fernando Poo conocen España, ni en España se conoce Fernando Poo. Alguna vez me preguntaron aquí si Fernando Poo caía en América… ¡Es indigno!
- Entonces va usted a su tierra en plan casi revolucionario.
- Nada de eso. Yo me siento tan español como el que más. Lo único que pido es trato igual para todos. Si Fernando Poo tuviera un representante en Cortes, yo quisiera ser ese representante.


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